«Bienaventurados los pobres de espíritu»

Jesús nos enseña en sus bienaventuranzas la riqueza de la pobreza. Foto: Especial

Pbro. Rubén Sánchez Olmos
Titular del Ambiente de Pobreza

Los que nos consideramos discípulos de Jesús, descubrimos que una y otra vez se nos llama a examinar nuestras vidas. Y descubrir ¿qué nos motiva?, ¿dónde se encuentra anclado nuestro corazón?, ¿dónde ponemos nuestra seguridad?, ¿cómo estamos avanzando en este camino de la fe?, ¿dónde encontramos nuestra alegría más profunda?

Si nos preguntaran qué entendemos por bienaventuranza, por felicidad; escribiríamos muchas cosas; más aún en estos momentos que vivimos esta pandemia y sus efectos.

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Hay un vocabulario variado para expresar la bienaventuranza: fortuna, dicha, felicidad, suerte, alegría. A veces la gente confunde la bienaventuranza con el placer, con el bienestar de un momento. Hay placeres que dejan a uno vacío, no son experiencias que nos plenifican: son momentáneos.

Algunas veces se confunde la bienaventuranza con el placer momentáneo. Foto: Especial
Algunas veces se confunde la bienaventuranza con el placer momentáneo. Foto: Especial

¿Bienaventuranza o placer?

En la actualidad, el ser humano suele confundir el placer con la felicidad y quizá en esta confusión estribe parte de la falta de sentido de la vida que muchos hombres padecen. El placer resulta algo psíquico, sensual, agradable a los sentidos pero que no abarca más allá del culmen momentáneo.

La primera Bienaventuranza que se expresa en Mateo 5,3 como: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque ellos es el Reino de los cielos”; y en Lucas 6,20, como “Bienaventurados ustedes los pobres, porque suyo es el reino de Dios.”

Podríamos tener la tentación de hacer una distinción entre los pobres y los pobres de espíritu, asumiendo que una cosa se refiere a la pobreza económica y otra a la pobreza espiritual. Sin embargo, eso podría ser una distinción falsa.

La pobreza material no se alaba ni se idealiza en la Biblia, ni se ve como virtud espiritual. Eso sería una conclusión errónea después de leer y reflexionar sobre la primera bienaventuranza. Los pobres no son “bienaventurados” porque sean pobres.

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De hecho, a través de todo el Antiguo y el Nuevo Testamento, se ordena al pueblo de Dios que cuide de los pobres, que ayuden a aliviar una pobreza aplastante.

Los profetas de Israel regañaban a sus líderes por descuidar o incluso abusar de los pobres, indicando, por ejemplo, que los ancianos de Israel y los príncipes, decoraban sus hogares con “botín robado a los pobres” (Isaías 3,14) y los acusaban de actos criminales cuando esclavizaban a los pobres como pago por las deudas (Amos 2,6).

El significado de la pobreza

La pobreza en sí misma no es una virtud. La virtud reside en la capacidad de cada uno, tanto si es rico como pobre, de tocar y entender nuestra necesidad del amor y generosidad de Dios.

Se trata de despojar nuestro corazón y mente, tener una pobreza que nos permite recibir lo que Dios tan generosamente nos concede, que se describe en esta bienaventuranza como “el reino de los cielos.” Es una actitud interior del alma, manifestada y vivida día a día para poder entrar en el Reino de Dios y vivir la Bienaventuranza.

No es una evasión de las realidades de la vida, sino cómo vivir las realidades de la vida con las actitudes con que ha vivido Cristo. Es una actitud que debe ser iluminada y dirigida por la muerte y resurrección de Cristo. Se trata más bien de la humildad auténtica. Los Padres de la Iglesia han visto en esta expresión la humildad. Pobre de espíritu es una persona humilde; se siente amado por Dios y pone toda su confianza en Dios De ahí le viene la felicidad, la seguridad en su vida, no de sus logros.

La pobreza espiritual es la actitud de la persona disponible ante Dios y ante los demás, en especial con las personas necesitadas. Se sabe y se acepta incapaz de salvarse a sí mismo, pero seguro de ser salvado por Jesucristo. Se siente débil, pecador, pero la conciencia de ser pecador no le abruma, sino que le lanza hacia Dios con una confianza inmensa. Incluso se alegra de ser débil, porque sabe que los pobres y débiles y los pecadores tienen un privilegio especial en el Reino de Dios que ha inaugurado Cristo.

 

Mensaje del Papa Francisco

Mensaje para la jornada mundial de las misiones 2020 en el contexto de los sufrimientos causados por el covid-19.

«En este año, marcado por los sufrimientos y desafíos causados por la pandemia del covid-19, [el] camino misionero de toda la Iglesia continúa a la luz de la palabra que encontramos en el relato de la vocación del profeta Isaías: «Aquí estoy, mándame» (Is 6,8). Es la respuesta siempre nueva a la pregunta del Señor: ¿A quién enviaré?» (ibíd.).

Esta llamada viene del corazón de Dios, de su misericordia que interpela tanto a la Iglesia como a la humanidad en la actual crisis mundial.

Papa Francisco.

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