Por: Pbro. Lic. Juan José González Sánchez
Párroco de Nuestra Señora de la Piedad
Francisco, hijo de un rico comerciante de telas, creció como un hijo de papá, despreocupado de la vida y pendiente de los ideales caballerescos de su época.
Tras una campaña militar cayó prisionero y, al enfermar, fue liberado, regresando a casa. Durante su convalecencia empezó a experimentar un cambio que lo llevaría a dejar de lado el estilo de vida mundano que llevaba hasta entonces, y decidió entregar toda su vida a Dios y a los hombres.
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El llamado de Dios
En la cercana a su casa iglesita derruida de San Damián, Cristo en la cruz tomó vida en tres ocasiones y le dijo: “Ve, Francisco, y repara mi Iglesia en ruinas”. Este llamamiento a construir lo que se había hundido físicamente tiene una connotación espiritual, sintiéndose llamado a reconstruir la Iglesia de aquel tiempo, en la que la vivencia de la fe dejaba mucho que desear.
Francisco se sintió llamado a vivir en la pobreza y a dedicarse a la predicación, tanto que llevó el Evangelio hasta al mismísimo sultán musulmán Melek-el-Kâmel en plena época de las cruzadas.
En contra de lo previsible, fue recibido y acogido benévolamente brindándonos un ejemplo de diálogo interreligioso desde el respeto y la comprensión mutua, desde el amor.
Aquella siembra de la que acabamos de celebrar los 800 años, dio su fruto y, posteriormente, los franciscanos recibieron el permiso para custodiar y velar por los santos lugares en Tierra Santa, un servicio que permite que hoy en día podamos seguir visitándolos.
Amor a toda la creación
De su profundo amor a Cristo, brotó el amor a toda la creación, que plasmó en su célebre Cántico de las criaturas; una obra de especial relevancia hoy, en nuestro planeta esquilmado por quienes nos hemos sentido dueños de él, en lugar de administradores.
Cuando a san Francisco le anunciaron que le quedaba apenas un mes de vida, dicen que exclamó: “¡Bienvenida, hermana muerte!”. Y no es que le agradara el trance, sino que, en su certeza de la bondad de la voluntad divina, la muerte no era más que el último paso hacia el encuentro definitivo con el amado.